El trabajo infantil se enmarca en una realidad compleja. Se manifiesta de tantas y diversas formas en nuestro país y en todo el mundo, que suele ser difícil definirlo, por lo que algunos especialistas sostienen que existen tantos modos de enunciarlo como las formas que asume.
La Comisión para la Prevención y Erradicación del Trabajo Infantil lo define como “Las estrategias de supervivencia o actividades productivas de comercialización o prestación de servicios remuneradas o no, realizadas por niñas y/o niños por debajo de la edad mínima de admisión al empleo o trabajo establecida en nuestro país y que atenten contra la integridad física, mental, espiritual, moral o social y que interrumpan o disminuyan sus posibilidades de desarrollo y ejercicio integral de sus derechos”.
En la Argentina, existe una normativa nacional (Ley 26.390) que prohíbe el trabajo de los niños y niñas (en adelante niños) que aún no tienen 16 años y protege el trabajo adolescente entre los 16 y los 18 años. Esta normativa está en concordancia con convenios internacionales sobre edad mínima de admisión al empleo y sobre peores formas del trabajo infantil de la Organización Internacional del Trabajo (OIT).
A su vez la Convención sobre los Derechos del Niño (CDN) incorporada en la Constitución Nacional, tiene un enorme poder transformador y es un instrumento para las políticas públicas y jurídicas de infancia en pos de proteger los derechos de los niños.
La CDN eleva a chicos y adolescentes a la categoría de sujetos de derecho y establece obligaciones de los Estados y de las familias hacia ellos. Sin embargo, este reconocimiento jurídico carece aún de mecanismos de protección suficientes.
En contextos de pobreza y desigualdad social, aunque no solamente en ellos, los niños se ven forzados a trabajar de diversas formas: hacen trabajos domésticos en sus casas o en casas de otros, se quedan a cargo de hermanos menores, trasladan mercaderías en diferentes industrias o en la venta ambulante, limpian parabrisas o abren puertas de taxis, piden dinero o propinas, recuperan materiales reciclables, preparan la tierra y cuidan animales en el campo y, en los casos más extremos y degradantes, son víctimas de explotación sexual, tráfico y venta de drogas y otras actividades ilícitas.
“Los Estados Partes reconocen el derecho del niño a estar protegido contra la explotación económica y contra el desempeño de cualquier trabajo que pueda ser peligroso o entorpecer su educación, o que sea nocivo para su salud o para su desarrollo físico, mental, espiritual, moral o social”
Pierden la oportunidad de acceder a derechos básicos, con lo cual pierden su condición de sujetos de derechos. Y de este modo se reproducen ciclos de pobreza y marginalidad. En particular, la pérdida del derecho a la educación, ya que los chicos que trabajan, no logran sostener la escolaridad, lo que constituye un grave problema.
Si bien el Estado es responsable de garantizar a todos los niños sus derechos, las organizaciones de la sociedad civil y las familias cumplen a su vez un rol importante para erradicar y prevenir el trabajo infantil. Esto exige el esfuerzo de distintos sectores sociales e instituciones relevantes para la infancia, para buscar soluciones integrales. Y en este sentido, es importante el trabajo conjunto para evitar tomar este tema como algo particular del que es responsable un niño o una familia.
Por su condición de vulnerabilidad, los chicos están particularmente afectados por la pobreza y exclusión. En este marco, el trabajo infantil es una estrategia de supervivencia que en muchos casos se produce por la desocupación de los padres o porque los ingresos familiares no cubren las necesidades de esa familia.
Sin embargo además de las situaciones de pobreza y exclusión social, existen factores culturales que determinan la inclusión temprana de los chicos en el mercado laboral. Muchas veces determinadas representaciones sociales o discursos, dificultan terminar con el trabajo infantil. Tal es así que se naturaliza que las niñas realicen determinadas tareas de la casa de limpieza o cuidados de otros en reemplazo de los mayores o que los varones trabajen porque así se hacen hombres.
También la presión de algunas familias por tener reconocimiento social o éxito económico lleva a muchos padres a forzar a sus hijos a realizar actividades artśticas o deportivas de tipo competitivo para lograr fama, sacrificando los derechos de sus hijos al juego, al descanso y a la recreación, a la salud por insertarlos desde muy temprano en el mundo del trabajo.
Otros derechos que se ven sumamente perjudicados en los chicos que trabajan son el derecho a la salud y el derecho al juego. El trabajo en los niños genera consecuencias a corto, mediano y largo plazo en su salud física y psíquica, por el estrés que les acarrea estar expuestos a situaciones de maltrato, explotación, violencia y desprotección y agotamiento físico.
Respecto del juego, elemento vital para un crecimiento sano y desarrollo adecuado de todos los chicos y reconocido como un derecho en la CDN, también se ve sumamente afectado, en los chicos que trabajan que, por todo lo mencionado tienen muy pocas o casi nulas posibilidades de desplegar situaciones de juego.
Ángel es un niño de 7, quizás 8 años, no lo sé. Lo que sí sé, en realidad tampoco pero me lo imagino, es que el día que se encontró en la calle con Cora, seguro fue un día diferente para él.
Era domingo. Como muchos domingos y tantos otros días quizás, Ángel estaba en la puerta de un supermercado pidiendo ayuda para comer.
Como muchos domingos y tantos otros días, la gente pasaba. Algunos lo miraban, otros no, algunos le respondían, otros no… Y pasó Cora. Lo miró y algo la motivó a ayudarlo. No sé si fue la tristeza o desesperación marcada en su cara, su insistencia, el ver al niño allí pidiendo comida, o si su razón fue su corazón.
Entraron. Pensaron juntos cómo armar una comida. Ángel pidió un paquete de arroz. Cora agregó una salsa y se fueron a la caja. Ángel la miró, sus ojos se llenaron de lágrimas y le dijo: “Hoy es mi cumpleaños”. Cora entonces, agregó a la compra un budín y una vela para que pudiera soplarla, quizás con los suyos… ¿Qué podría desear Ángel en su cumpleaños? Cuáles serían sus sueños? Poder comer todos los días? Quizás. ¿Que sus padres tengan un trabajo... Tal vez, una vivienda? Posiblemente, ir a la escuela? Ojalá vaya! ¿Jugar a la pelota con amigos? No lo sé….
Lo que sí sé, es que al salir del supermercado Cora buscó a sus padres por ahí cerca y les dijo: “Hoy, Ángel no pide más”.
No pide porque, aunque poca tal vez, hoy tiene una comida para su familia. No pide (o no debiera pedir comida en la calle) porque es un niño. No pide (o no debiera pedir) porque es su cumpleaños. No pide (o no debiera pedir) porque como cualquier otro chico, debería tener todo lo que necesita. Pero Ángel, como tantos otros chicos por allí en muchas calles, va a seguir pidiendo…
Sin embargo, esa vez Cora, que no sabía que era su cumpleaños, le regaló algo más que una comida: un reconocimiento a su condición de niño.
...Y a mí me regaló esta historia.
Este breve relato, que parte de una situación real, nos invita a reflexionar sobre algunas cuestiones.
A menudo y casi a diario vemos a chicos como Ángel, en las calles, los subtes, los trenes, solos, con otros adultos que son o no sus familias, trabajando o mendigando que es otra forma de trabajo infantil. Sentimos dolor, rabia, impotencia, tal vez terminamos por naturalizarlo y pasamos por delante casi sin querer mirarlos, aunque ellos nos buscan, nos hablan, nos sonríen… Nos duele… Quisiéramos poder hacer algo, por pequeño que sea. Les damos a veces plata o comida y aún así, nada alcanza...
Es importante tomar conciencia de que la mayoría de las veces estos chicos y sus familias son víctimas de situaciones de pobreza y exclusión social, y no son responsables por ellas. Revisar nuestros discursos, muchas veces estigmatizantes y condenatorios, solicitar ayuda en diferentes ámbitos más allá de que no siempre obtengamos las respuestas deseadas y tomar conciencia de esta dura y compleja realidad que como sociedad nos interpela podrían constituirse como un punto de partida que nos convoque a seguir trabajando desde distintos espacios, en pos de lograr niños que no tengan que trabajar ni mendigar y puedan constituirse como sujetos plenos de derechos.